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viernes, 25 de julio de 2014

Si ustedes lo permiten, prefiero seguir pintando.

No bastó con pedir disculpas en nombre del Estado Nacional por los crímenes cometidos por los delicuentes cívico-militares, no bastó con indemnizar a las víctimas; fue preciso recuperar los espacios, resignificar los sitios, dárles otra función social, redireccionar la educación, instrucción y función de las fuerzas armadas en democracia, editar libros, incluir contenidos en los ámbitos educativos; y sobre todo nunca pensar que todo podría volver a ser igual para nuestra sociedad. Nada es igual. Una comunidad madura supera sus dramas en forma colectiva, pero con la sola condición de que no haya olvido u omisión de los sucesos y menos por parte de nuestros representantes.
El patrimonio de una comunidad define "patria", su patria chica, la que fueron construyendo y significando. El patrimonio cultural es determinado de forma dual; por un lado lo fija el poder político dominante a partir de ciertos consensos sociales, pero que reflejen su visión e intereses, buscando transcendecia social póstuma, y que  protegerá con leyes y castigos. Por otro lado está aquel Patrimonio cultural que va tejiendo el mismo pueblo, a partir del drama de su propia existencia; la destrucción de éste solo se castiga con el recuerdo como testigo, y con la memoria de la gente. El patrimonio popular  puede afincarse en canciones, en sitios, en pintadas desprolijas, en murales faltos de pericia técnica; pero nada de ésto es importante, lo realmente importante está en el hecho, en la acción que se produjo, porque si hay algo que nuestra sociedad no olvida es que los mayores abusos e injusticias se producen ante la pacividad de aquel que solo mira, del simple espectador. Nuestra comunidad aprendió a ser protagonista de su historia, y eso es realmente el sentido patrimonial de una cultura.
No taparon un mural mío, era de Angelita, de Paco y Alicia, del que los conoció en vida, del que los conoció después, de la gente que pasaba todos los días y lo miraba, con o sin aprobación, pero muy lejos estaba de pensar en su destrucción.
Dentro de los parámetro de vida que me definen, siempre digo que no hago muralismo para trascender ni para que trascienda su materia, el muralismo seguirá vivo mientras esté la posibilidad se seguir contando cosas nuestras. Si uno hace un esfuerzo en mejorar las condiciones técnicas y materiales, la obra perdurará como patrimonio cultural y arquitectónico, pero puede perder ese valor simbólico que le otorga la gente todos los días, cuando lo ve. Ese es el reto del muralista y de las gestiones culturales, mantener viva su presencia y significado.
Pero cuando la gestión pública destruye, eso, aunque lo haga el último empleado de escalafón mas bajo de un municipio, es un gesto político y no un error.
No basta con pedir perdón, hay que redoblar el esfuerzo. No se puede repetir algo destruído, sería tratar de engañar y defraudar esto que tanto trabajo nos cuesta, que es incorporar "la memoria" como un músculo que se ejercita solo viviendo y recordando.
Estoy dispuesto a que Paco y Alicia tenga nuevamente su mural, pero nada es igual.

M.C.