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martes, 3 de marzo de 2015

Raquel Tibol

Alberto Híjar Serrano 
Supe que su nombre oficial era Raquel Rabinovich Grayevsky cuando hubo que hacerle recibos por sus brillantes participaciones en el Curso Vivo de Arte. Su participación entusiasta en ese proyecto cumplido de enfrentar directamente a las obras para evitar las efusiones líricas y las reducciones formalistas y espiritualistas entonces ejercidas por los patriarcas del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, dotó a nuestros ciclos de los sesenta y setenta de prestigio bien necesario porque osamos incluir en los ciclos conjuntos hospitalarios, escolares, religiosos variados y no solo católicos y hasta las cárceles. El arte quedaba así reducido a una parte significante de afectaciones urbanas. Raquel explicó exposiciones de artistas en activo para contribuir a superar el defecto de las visitas del INAH y de los santones del IIE de limitar la atención al pasado prehispánico, virreinal y cuando mucho, al siglo XIX. Alguna vez comentó Raquel la dignidad del trabajo del Curso Vivo con todo y su modesto lugar en la difusión cultural universitaria. Igual dijo al agradecer el homenaje ofrecido por el IIE al acentuar que todo lo recibido y bienvenido fue trabajo que siempre cumplió a tiempo y con excelencia, sin alardes de diva cultural.

Decisivo para mi, fue su invitación para sustituirla en la sección de artes plásticas de la revista Política, prestigiada publicación dirigida por Manuel Marcué Pardiñas, mientras ella se encargaba de organizar la redacción total de la revista, tarea a la que se incorporó su compañero de vida Boris Rosen, un sabio estudioso poseedor de tesoros hemerográficos del comunismo que en la Fundación Jorge. L. Tamayo ordenó documentos del liberalismo mexicano y editó la obra de personajes como Francisco Zarco. Excelente pareja de trabajadores de la cultura. Alguna vez, Boris me telefoneó para decirme amablemente que aceptara agregar unas líneas a mi nota sobre el Premio Nobel a Miguel Ángel Asturias, porque había que decir que andaba de embajador en París de la dictadura guatemalteca. Por supuesto acepté y agradecí.

Raquel iba y venía a congresos en Cuba y su talante crítico le ganó afectos positivos y negativos. Luego decidió hacerla de intolerante y ostentarse como tal públicamente para espantar al burgués que todos llevamos dentro. Yo tuve un arma secreta, porque un buen día me confesó su desagrado cuando me comía las uñas, práctica que alguna vez usé en mesa redonda para descubrir que los efectos empeoraban su furia discursiva. Lo importante es que siempre sustentó sus criticas en una envidiable precisión histórica con antologías de documentos de primera mano perfectamente ordenados y anotados. Sus archivos son un tesoro de información clasificada y seguramente son variados y complejos. Ojalá el consorcio Soumaya no los separe por temas y si lo hace, permita que la complejidad dialéctica de una intelectual muy bien organizada, den razón de sus saberes articulados, incluyendo los producidos durante la gira a Europa con la Compañía Nacional de Danza. Hay en esto una dimensión internacionalista siempre del lado de construcción del socialismo y algo de esto se vislumbraba en su orgulloso acento, síntesis nuestramericana. Mantuvo su apoyo al pueblo palestino pese a que un comunicado público firmado por ella, Boris Rosen y Enrique Semo, causó una golpiza a Semo en plena calle por canallas incapaces de asimilar que haya judíos contra los crímenes del Estado de Israel. Este trio probó su alta calidad intelectual en la revista Historia y Sociedad donde Raquel y un poco yo como parte del Consejo de Redacción incluimos ilustraciones gráficas con un breve texto explicativo.

En 1961 y con Ruth Rivera al frente de la Dirección de Arquitectura del INBA, Salvador Pinoncelly y Ramón Vargas organizaron la serie Cuadernos de Arquitectura, fuente primordial de la memoria de la modernidad. Raquel colaboró y aportó importantes textos, años después, a la Revista Cali.

En 1965, el llamado con humor Grupo Polignos por sus múltiples saberes y las dobles profesiones de sus integrantes José de Jesús Fonseca, Alberto Híjar, Oscar Olea, Salvador Pinoncelly y Ramón Vargas, organizamos un ciclo de crítica a la crítica en la extinta Escuela Nacional de Artes Plásticas. Hubo promesa de publicación no cumplida ante el escándalo gremial por hacer ver las limitaciones teóricas de Justino Fernández, Paul Westheim, Jorge Juan Crespo de la Serna, Miguel Bueno. Central en la crítica a Raquel Tibol es mi señalamiento del capitulo “Al margen de la Academia” en su Historia del arte moderno y contemporáneo en la publicación producida por Pedro Rojas, miembro del IIE, profesor de Filosofía y de la Normal, director de Radio Universidad y secretario del Secretario General de la UNAM, quien se dio tiempo para hacer una colección de arte de la UNAM donde Raquel publicó su primer libro sobre Siqueiros. “Al margen de la Academia” daba a entender como centro de la producción artística y la formación estética a la institución clave del poder significante colonizador. Boris Rosen fue a oir mis razones y muchos años después, Raquel publicó un excelente estudio sobre Hermenegildo Bustos, figura emblemática de la apropiación de la formalidad académica para significar la ruralidad. Esto cuando había superado su adhesión a la Escuela Mexicana y sus epígonos y había orientado sus reflexiones hacia la obra de Rufino Tamayo. Coincidimos como jurados y desde fines del siglo XX, advirtió que no la invitarían más ante la escalada de los posmodernistas dispuestos a premiar cualquier vacilada. Recuerdo su tierna respuesta a mi abandono de la redacción del acta de premiación de la obra para ganar un viaje a Managua a celebrar un aniversario del triunfo de la Revolución Popular Sandinista. Ganó Atilio Tuis sin que yo interviniera porque era miembro distinguido del Taller de Arte e Ideología, llegado desde Udine de donde emigró su familia a Luján en Argentina donde consiguió una beca a México para estudiar restauración, estudios que abandonó. El caso es que había llegado a la Embajada Nica donde estábamos, un grupo de niños con leucemia y uno de ellos lloraba inconsolable hasta que lo cargue y me pidió conservar su cuerpo doblado sobre su cintura para aliviar el dolor. Ya no me moví durante gran parte de la noche hasta que llegó la ambulancia para llevarlos al Centro Médico y nos separamos llorosos. Raquel entendió perfecto mi ausencia del último paso del jurado, no dijo nada y redactó el acta con su habitual dominio del español.

Nos veíamos poco. No frecuentamos cocteles y recepciones. La encontraba para prestarle mis transparencias de las puertas de madera tallada de la biblioteca de la Universidad de Guadalajara semejantes a las de Chapingo. En una exposición de Fanny Rabel en la Casa de la Primera Imprenta, me regañó porque atendí a Fanny que me pidió ayuda para descender la escalera por su propio pie, mientras Raquel vigilaba el tránsito peligroso desde su silla de ruedas. Me entero ahora de que Fanny y Raquel se apellidaban igual y se decían primas en secreto. En una fiesta de la Embajada de Bolivia en un salón de la Marina en Chapultepec, me hinqué frente a ella que recibía gustosa los saludos de todo mundo en el centro del salón. Le pedí su bendición y me la dio riendo mientras yo besaba su mano.

3 marzo 2015

Con Raúl González Camarena

Con Pablo O'Higgins, Adolfo Mexiac y Leopoldo Méndez en el TGP

Con Rufino Tamayo

Con David Alfaro Siqueiros

Otra info:
De paseo con Raquel Tibol por el arte mexicano  por Alejandro Ipiña - 15-08-2013

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